Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces.
Este refrán popular sea ha manifestado tantas veces cierto, demasiadas veces cierto. A diario vemos como la gente se etiqueta de múltiples bondades que luego terminan por desaparecer a la primera de cambio.
En la vida supongo, y es sólo una suposición, debería primar la autocrítica por sobre la crítica, pues es la única manera que podamos avanzar. Ya lo dijo el profeta hace tanto tiempo que la paja se ve en el ojo ajeno, más nunca se ve la viga que uno tiene en su ojo. Hipócritas, acotó, deberías sacar tu viga primero para sí poder corregir a tu hermano.
He visto que constantemente hacemos demostraciones de lo bueno, humilde, sencillo y agradable que somos y siempre me pregunto: ¿Si estoy tan seguro de saber como soy para qué necesito hacer demostraciones? También he visto que toda demostración en el fondo no es más que inseguridad que pretende ser disimulada con bellos ropajes, y que esconde otra realidad, una pobreza que se disimula. Lo sé por experiencia muchas veces me encuentro ocultando mis limitaciones.
Tal vez sea un egocéntrico pero la verdad poco me importa corregir a otro, pues ni siquiera soy capaz de corregirme a mí mismo. También he visto que las veces que se acusa a otros de ciertos defectos, en realidad esos mismos defectos son mayores en quien lo critica, pues parece ser que los defectos que más notamos en los otros son nuestros peores defectos.
Como dice la canción somos tan sólo polvo en el viento, tan sólo eso, que por más que me jacte de mi elocuencia ni siquiera agregaré un minuto a mi existencia y que lo más probable que mi vida no será recordada ni siquiera por los vecinos de mi cuadra.
Quizás mi única alegría es la pobreza de mi espíritu y que me permite vivir la vida con la tranquilidad de saber que soy sólo un punto en la inmensidad del espacio y también por mi estreches mental se que nunca seré un gran espíritu que guíe a la humanidad.
También noto que la mayoría para calmar su inseguridad busca compararse con alguien para poder sentirse satisfecho de ser mejor que otro, y por ser el más lindo, el más inteligente, el más sensible se entablan en graciosas luchas que lo único que demuestran quienes son en realidad. Por eso es gracioso como los humanos nos embarcamos en extrañas actitudes para no demostrar debilidad, para no demostrar que el otro es mejor que uno en una actividad determinada o que otro puede tener un punto de vista diferente que mueve mi pobre mundo por sus bases.
Quizás lo único que he aprendido es que sé que no soy él más lindo, ni él más inteligente, ni él más creativo, ni él mejor en nada, pero ya no me importa. No me importa ser mediocre o malo o miedoso o estrecho mental ni ninguna otra cosa que me puedan acusar porque aprendí que no tiene importancia. Tampoco tiene importancia decirse libre cuando en realidad la mayoría simplemente nos reímos de las cadenas, pero eso no nos hace libre. Colocarme en un orden jerárquico no me hace mejor, por eso vivo con la tranquilidad de que todo lo que se hace en esta vida es superfluo porque como dice la canción somos tan sólo polvo en el viento.