Este blog es también para reivindicar a personas que la Historia no le da su debido lugar, el siguiente caso es el de Paul Lafargue.
La mayoría no conoce a Paul Lafargue que nació en Santiago de Cuba el 15 de Enero de 1842, la abuela paterna era una mulata de Haití y la materna una indígena. Hijo de un terrateniente francés acomodado. Llegado a París para estudiar Medicina se dedicó a su formación política. Fue influenciado por las ideas de Proudhon y participó en la fundación de la Primera Internacional. Conoció a Marx que lo influenció (quien sabe si fue así) y también entró en la familia al entablar relación con la segunda hija de Marx, Laura.
Marx, un tanto guardabosque, le envió alguna que otra carta por el temperamento de Lafargue para encarar la relación con su hija (le preocupaba la excesiva intimidad, y como buen machista le decía: “A mi juicio, el amor verdadero se manifiesta en la reserva, la modestia e incluso la timidez del amante ante su ídolo, y no en la libertad de la pasión y las manifestaciones de una familiaridad precoz”) y alguna que otra preocupación económica.
Pero el amor es más fuerte y Laura dijo que sí, a pesar de estas observaciones (o quizás por estas mismas observaciones, vaya uno a saber) el 2 de Abril de 1868
Sobre finales de la década del 70 en el siglo XIX escribe su obra cumbre, que se publica en 1880, que permanece casi desconocida y que es el motivo que nos trae: El derecho a la Pereza.
Irónicamente es la antítesis del Manifiesto que escribió su suegro (¿todavía le guardaría rencor?) porque el Fantasma que era el motor de cambio ahora aparece como cómplice de la burguesía. También contradice a Louis Blanc y su Derecho al Trabajo.
Por eso dejamos una parte de El Derecho a la Pereza
El derecho a la pereza
Refutación del derecho al trabajo de 1848
I. Un dogma desastroso
“Seamos holgazanes en todas las cosas, excepto amando y bebiendo, excepto holgazaneando.” Lessing
Una extraña locura domina a las clases obreras de las naciones donde reina la civilización capitalista. Esta locura arrastra a la continuación de las miserias individuales y sociales que, desde hace siglos, torturan a la triste humanidad. Esta locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda hacia el trabajo, llevada hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de su progenie. En lugar de reaccionar contra esta aberración mental, los sacerdotes, los economistas, los moralistas, han sacro-santificado el trabajo. Yo, que no profeso el ser cristiano, ecónomo y moral, apelo a su juicio y al de su Dios: sus predicaciones de su moral religiosa, económica, libre pensadora, a las espantosas consecuencias del trabajo en la sociedad capitalista.
En la sociedad capitalista, el trabajo es la causa de toda degeneración intelectual, de toda deformación orgánica. Comparad el purasangre de los establos de Rothschild, atendido por una servidumbre de bimanes, con el pesado animal de las granjas normandas, que trabaja la tierra, acarrea el estiércol, almacena la siega. Mirad el noble salvaje que los misioneros del comercio y los comerciantes de la religión no han corrompido todavía con el cristianismo, la sífilis y el dogma del trabajo, y mirad después nuestros miserables servidores de máquinas.
Cuando, en nuestra civilizada Europa, se quiere reencontrar una huella de la belleza nativa del hombre, es necesario el ir a buscar en las naciones done los prejuicios económicos no han arrancado todavía el odio al trabajo. España, que, ¡desgraciadamente!, degenera, puede todavía jactarse de poseer menos fábricas, prisiones y cuarteles que nosotros; pero el artista disfruta admirando al audaz andaluz, moreno como las castañas, derecho y flexible como una varilla de acero; y el corazón del hombre se estremece escuchando al mendigo, soberbiamente cubierto con su “capa” agujereada, tratar de “amigo” a los duques de Osuna. Para el español, en el que el animal primitivo no está atrofiado, el trabajo es la peor de las esclavitudes. Los griegos de la gran época, ellos también, no tenían más que desprecio por el trabajo: sólo a los esclavos les estaba permitido trabajar: el hombre libre no conocía más que los ejercicios corporales y los juegos de inteligencia. Este era también el tiempo en el que se andaba y respiraba en un pueblo de Aristóteles, de Fidias, de Aristófanes; era el tiempo en el que un puñado de valientes aplastaba en Maratón a las hordas del Asia que Alejandro iba pronto a conquistar. Los filósofos de la Antigüedad enseñaban el desprecio al trabajo, esta degradación del hombre libre; los poetas cantaban a la pereza, este regalo de los Dioses:
O Melibœ, Deus nobis hæc otia fecit [Oh, Melibas, Dios nos regala estas ociosidades]
Cristo, en su sermón de la montaña, predica la pereza:
Contemplad el crecimiento de los lirios de los campos, ellos no trabajan ni tejen, y sin embargo, yo os lo digo, Salomón, en toda su gloria, no estuvo nunca más brillantemente vestido.
Yahvé, el dios barbudo y áspero, da a sus fieles el supremo ejemplo de la pereza ideal; después de seis días de trabajo, el descansa para toda la eternidad.
Por el contrario, ¿cuáles son las razas para las que el trabajo es una necesidad orgánica? Los Auvernos [pueblo bárbaro de origen celta que habitaba en la Galia]; los Escotos, esos auvernos de las islas británicas; los Gallegos, esos auvernos de España; los Pomeranios, esos auvernos de Alemania; los Chinos, esos auvernos de Asia. En nuestra sociedad, ¿cuáles son las clases que aman el trabajo por el trabajo? Los campesinos propietarios, los pequeños burgueses, los unos inclinados sobre sus tierras, los otros ligados a sus tiendas, se remueven como el topo en su galería subterránea, y nunca se incorporan para ver ociosamente la naturaleza.
Y sin embargo, el proletariado, la gran clase que abraza a todos los productores de las naciones civilizadas, la clase que, liberándose, liberará a la humanidad del trabajo servil y hará del animal humano un ser libre, el proletariado traiciona sus instintos, infravalorando su misión histórica, se deja pervertir por el dogma del trabajo. Duro y terrible ha sido su castigo. Todas las miserias individuales y sociales ha nacido de su pasión por el trabajo.